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Tipos de apego

Las maneras en las que nos vinculamos emocional y afectivamente a los demás marcan nuestra personalidad y nuestras relaciones a lo largo de toda la vida.

Todos, salvo contadísimas excepciones, mantenemos lazos de unión emocional y afectiva con otras personas desde que nacemos hasta que morimos, ya que se trata de algo inherente a los seres humanos. Sin embargo, no todos establecemos esos vínculos de la misma manera, lo que marca por completo nuestra personalidad y nuestras relaciones a lo largo de toda la vida. Nuestras experiencias y percepciones respecto a lo que implican esos nexos y los factores que tienen que ver con el temperamento influyen directamente en como nos unimos emocionalmente a los demás. Esos modos de vinculación son lo que en psicología se conoce como ‘tipos de apego’; es decir, los lazos emocionales y afectivos que surgen entre dos individuos y que generan la voluntad de permanecer en cercanía y contacto, a ser posible físico. El apego no tiene por qué ser necesariamente hacia otras personas, ya que también se puede sentir por los animales o por los objetos.

¿Cuándo surgen los tipos de apego?

En la década de los cincuenta del siglo pasado, los psicólogos Mary Ainsworth y John Bowlby desarrollaron la teoría del apego a partir de diversas investigaciones realizadas con bebés y sus madres. Según esta, los vínculos emocionales que establecemos a lo largo de la vida dependen en gran medida de los que entablamos de niños. Los apegos más comunes en la infancia, que luego se repiten en la vida adulta, son los siguientes:

  • El seguro.
    Suele ser el lazo más habitual y consiste en que la figura relevante -la madre o el padre-, por norma general, permite una exploración del entorno relativamente tranquila. Cuando surge malestar o miedo, se regresa a esa figura como mecanismo de seguridad. De mayores, este apego se traduce en que no hay una preocupación frecuente por el abandono del entorno o por el excesivo compromiso.
  • El ambivalente o resistente.
    Este tipo de apego se genera cuando existen dudas sobre si la figura relevante va a responder a las necesidades del pequeño. Normalmente, este lazo surge cuando el niño a veces es bien atendido y cuidado, mientras que otras no, por lo que nunca sabe qué esperar. Este apego en la vida adulta se caracteriza por la dificultad para confiar en los demás y establecer relaciones íntimas.
  • El evitativo.
    Cuando la figura materna o paterna no está, el niño no parece pasarlo mal por su ausencia ni tampoco se alegra en exceso con su vuelta. Este tipo de apego indiferente suele producirse cuando las necesidades afectivas y de protección del menor se han cubierto, pero de una manera lenta y poco sensible. Esto en la adultez se convierte en problemas de dependencia y miedo al abandono a la hora de establecer relaciones íntimas.

¿SE PUEDE CAMBIAR?
La respuesta es que si: nuestra manera de entablar vínculos emocionales con los demás se puede modificar. A pesar de que los tipos de apego se originan en la infancia más temprana, estos no son inmutables y también pueden madurar con la edad. Las relaciones con las figuras materna y paterna son esenciales en nuestro modo de establecer lazos afectivos, pero las relaciones de amistad, laborables y de pareja también pueden influimos. Además, en el caso de que el tipo de apego que impera en nuestra personalidad nos provoque problemas, siempre es recomendable tratarlo y trabajado con un psicólogo.

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